A medida que pasa el tiempo uno observa en sí mismo cómo ciertas lecturas se van convirtiendo en hábito. Son lecturas a las que se regresa una y otra vez, siempre con interés y curiosidad porque sabemos que todavía podemos aprender más de ellas, disfrutarlas más. Aunque conozcamos de sobra qué pasa, cómo pasa y por qué pasa, esas lecturas siempre tienen algo nuevo que ofrecernos o simplemente algo viejo en lo que deleitarnos. Las obras de Tennessee Williams son una de esas lecturas para mí. Cuanto más profundizo en su obra dramática más fascinante me parecen sus personajes, sus tramas, sus ambientes, sus peculiaridades, esos rasgos distintivos de su especial naturaleza sureña, rematadamente barrocos y absolutamente geniales.
Dos obras en concreto, que no son muy conocidas ni han sido especialmente aplaudidas, pero que me parecen de las mejores que ha escrito, son The Milk Train Doesn’t Stop Here Anymore (Boom! es el título del film dirigido por Joseph Losey) y Suddenly Last Summer.
Estas dos obras y sus respectivas películas, que son inseparables porque fue el mismo Williams quien se encargó de los guiones, son las más misteriosas y oscuras que escribió. Y a pesar de la negrura casi metafísica que las rodea, las dos tienen en común el sol y el Mediterráneo. Es curioso que su trabajo más tenebroso esté ambientado y sostenido por un sol triunfante y cegador. Un sol que, como dice Elizabeth Taylor en la versión cinematográfica de Suddenly Last Summer, es como el ojo de Dios.
Suddenly Last Summer, o De Repente, el Último Verano, es una pieza gótica que habla sobre la locura, Dios, el canibalismo, la ferocidad de la naturaleza y la aún más temible ferocidad de una madre posesiva.
Violet Venable ha dominado la vida de su hijo Sebastian hasta el último detalle mientras estaba vivo. Ahora que está muerto, quiere hacerse dueña de su memoria, de su identidad, de su esencia; quiere ensalzar su imagen y convertirla en algo sagrado. Quiere, en realidad, pulir la máscara que el mismo Sebastian trató de crear para sí en vida. Y para ello no duda en encerrar en un manicomio a su sobrina Catherine, que después de presenciar la muerte de Sebastian, ha perdido la memoria a causa del shock. Catherine no está loca, pero tiene una laguna acerca de cómo murió su primo. Y es que algo ha ocurrido antes de que comience la obra, algo espantoso que ha agrietado el muro de contención con el que Miss Venable quiere proteger a su hijo y su relación con él; algo que tiene que ver con Catherine y lo que contó cuando estaba en estado de shock, justo antes de perder la memoria. Miss Venable, millonaria y extravagante, quiere que el doctor Cukrowicz le practique una lobotomía, para que deje de balbucear, de hablar de Sebastian y lo que pasó en un lugar llamado Cabeza de Lobo.
La obra, y también el ambiente que impregna la película, es misterioso casi numinoso. Como el mismo Williams puntualiza en la escena primera, “el set debe ser tan poco realista como el escenario de un ballet dramático”.
Y lo es. La casa de Miss Venable es una mansión de estilo gótico victoriano en Nueva Orleans con un jardín tan exuberante y bestial que casi parece una ventana a otra dimensión. El jardín es obra de Sebastian, que quería replicar “the dawn of creation” – el amanecer de la creación- refiriéndose con ello al origen del mundo, con sus plantas prehistóricas, fabulosas, salvajes, más gigantes y amenazadoras que nunca. En ese jardín hay incluso una Venus Flytrap, una planta carnívora que en otoño alimentan con costosas moscas vivas.
El jardín, a pesar de ser un artificio se impone a la mirada como un acto de violencia. Es un jardín que replica la indiferencia y el arranque furioso de la naturaleza, que siempre hará lo posible por sobrevivir, por imponerse. Tal y como hace Miss Venable que, como madre y representante de esa naturaleza brutal, está dispuesta a hacer lo que sea para proteger la imagen de su hijo.
Miss Venable es una mujer que a simple vista parece frágil, pero sus actos y sus imposiciones demuestran lo contrario. Quiere acallar a Catherine, quiere evitar la verdad sobre quién era su hijo y sobre cómo murió.
Es muy interesante resaltar que Williams quiso representar en esta obra la muerte del dios Dioniso a manos de las Ménades. De ahí lo excesivo de la obra, su crudeza, su violencia, su sensualidad encubierta, su culto al placer y los sentidos, su localización mediterránea y su relación inevitable con la muerte.
Es cierto que Sebastian era un snob, un elitista y un depredador, un vividor adinerado que tomaba lo que quería, cuándo quería y cómo quería simplemente porque podía hacerlo. Pero también era un ser bello, elegante y generoso. Un ser especial marcado sin duda por el estigma de la ociosidad y la apremiante necesidad de compensar su suerte con el compromiso autoimpuesto de no atender más que a cuestiones “elevadas”. Sebastian estaba buscando a Dios. Sebastian era un poeta. Y como todo verdadero poeta, era un visionario. Sebastian sabía cuál iba a ser su destino.
Todo comienza cuando de repente, el último verano… Sebastian se da cuenta de que ya no es joven y que quizá lo único que le queda es consumar esa imagen brutal del dios que lo persigue. Encuentra su destino en Cabeza de Lobo, con su prima Catherine, a quien ha escogido para pasar el verano. Miss Venable había sido, hasta ese verano, su compañera de viajes. Pero de repente, el último verano… Miss Venable es también vieja. Miss Venable ya no le sirve para atraer… ¿Atraer qué? Chicos. Sebastian utilizaba a su madre, hermosa y elegante, para procurarse compañía masculina. Pero de repente, el último verano… Se da cuenta de que su madre ya no podrá ayudarle y escoge a Catherine para que vaya con él, para utilizarla de cebo. La rabia, la humillación y la envidia de Miss Venable se desatan contra Catherine a quien acusa de haber matado a su hijo… Junto a ella, dice Miss Venable, eso nunca habría ocurrido, junto a ella Sebastian aún estaría vivo y habría sido capaz de escribir su poema anual. Sebastian escribía un poema al año, en verano. El resto del año, los 9 meses restantes, eran meses de gestación…
La muerte tiene lugar un día muy caluroso. El día no es azul, como casi siempre son los días en el Mediterráneo. Ese día es tan ardiente, tan abrasador, tan terrible, que es blanco. Es un día sin sombras, sin un lugar donde ocultarse. Es un día cegado por una turbadora inevitabilidad. El sol es en esta obra, más que una fuente de vida y alegría, una figura amenazadora y atroz. Como antes decía, Catherine lo compara con el ojo de Dios: Un dios salvaje y despiadado, un dios carnívoro e implacable. En ese pueblecito vacacional, pobre y luminoso, Sebastian se ha convertido en un dios para los muchachos hambrientos que le siguen y a los que arroja billetes mientras ellos demandan más con sus bocas hambrientas e insaciables… El paisaje mediterráneo deja de ser un paraíso y de repente se convierte en un calvario, en un paraje árido abrasado de muerte y horror.
En esta obra, como en “The Milk Train…”, el mediterráneo es tratado con original y singular maestría. Aparece transformado. William dota sus elementos esenciales de un nuevo significado. Estamos acostumbrados a que las historias góticas y espeluznantes ocurran siempre en decorados oscuros y lúgubres. En estas dos obras, Williams es capaz de sentir y hacernos sentir, la fuerza devastadora que esconde todo lo que está realmente vivo. Williams conocía bien el lado oscuro de lo dionisiaco. Nos revela el extremo de la plenitud y la exuberancia transfiguradas en voracidad, voracidad por la vida y por la carne. Ese ímpetu se convierte en un despliegue insaciable de lascivia que acaba devorando todo lo que toca.
El doctor Cukrowicz, a pesar de estar en una posición comprometida, porque Miss Venable está dispuesta a donar un millón de dólares al hospital donde ejerce si le practica la lobotomía a Catherine, mantiene su ética profesional hasta el final. Como no es tonto, se da cuenta desde el principio de que Catherine no está loca y sospecha que algo monstruoso ocurrió en Cabeza de Lobo. Algo tan horrible que Catherine ha decidido borrarlo de su memoria. Con paciencia y tacto acaba por organizar una reunión en casa de Miss Venable, que más parece una sesión de espiritismo que una consulta psicológica. El doctor inyecta a Catherine un “suero de la verdad” y todos se reúnen en ese jardín selvático, misterioso y bestial, tal y como debió ser “el amanecer de la creación”. Allí, Catherine revela, entre estertores, lo que pasó, de repente, el último verano…
No voy a dar detalles de lo que ocurrió en Cabeza de Lobo porque creo que merece la pena que leáis la obra o veáis la película dirigida por Joseph L. Mankiewicz, e interpretada por Elizabeth Taylor, que está tan maravillosa como siempre, Katharine Hepburn y Montgomery Clift. El guion de la película lo escribió como ya he dicho Tennessee Williams con Gore Vidal. Por eso mantiene toda la fuerza del original y ese halo de misterio que impregna el texto. Quizá más. Tennessee, que para mí es el mejor dramaturgo del siglo XX, consideró en cierto momento de su vida, que el trabajo que implicaba llevar a escena y mantener sus obras en cartel, teniendo en cuenta lo efímero de las representaciones, era excesivo. Por eso decidió involucrarse, cuando le fue posible, en la producción de sus películas, porque según él, eran ellas las que perdurarían en el tiempo. Nunca podremos agradecerle lo bastante esa decisión.
Tanto la lectura de la obra como la película son cautivadoras. Es arte en su sentido más elevado, entretenido y fascinante. Es magia hecha con palabras. Es Tennessee en todo su magnífico esplendor.