NUESTRA CASA

The Large Olive Tree Albert Marquet

“Expulsada del mundo a los confines de un estrecho círculo.

Es reflexiva, clarividente, imperturbable ante lo transitorio,

determinada a vivir para la inmortalidad,

a ofrecer lo visible a lo invisible.”

No Place on Earth (Ningún lugar en la tierra)*

Christa Wolf

Esta bellísima frase pertenece a una novela de Christa Wolf sobre dos poetas. Narra el encuentro, hipotético, porque no se sabe si en realidad llegaron a conocerse, entre Karoline von Günderrode y Heinrich von Kleist ambos poetas románticos y ambos suicidas.

Una pregunta relacionada con mi propio trabajo me rondaba la cabeza cuando leía esta novela y como siempre ocurre cuando leemos algo, al leer la frase, me leí. Ningún lugar en la tierra es un título maravilloso porque define una imposibilidad, pero también la realización de un sueño.

Como la pregunta que me desvelaba tiene que ver con dónde “situar” a los personajes de mi nueva novela, La Casa de Asterión, la existencia, o mejor dicho, la inexistencia de “ningún lugar en la tierra” me pareció una solución brillante. Me di cuenta de que aunque una novela esté ambientada en Londres, en Grecia o en la Antártica ese espacio es siempre “ningún lugar en la tierra”. “Aquí”, decimos cuando nos encontramos físicamente en el lugar en el que transcurre una novela o una película que nos gusta, “Aquí es donde X hizo Y o donde Z conoció a Y…” Sí, es aquí, y sin embargo, no es aquí. Es en la idea que el escritor tiene de éste aquí. Y descubrimos que entre el lugar que pisamos y el que leemos hay otro espacio invisible que complementa, que revela, una riqueza también invisible que sin embargo es inherente a ese espacio. Como si el escritor o el director de cine hubieran descubierto una dimensión oculta. Ese lugar ya nunca será “solo” ese lugar.

La idea de “ningún lugar en la tierra” apela perfectamente a esos seres imaginarios, imposibles e indiscutiblemente verdaderos que habitan una buena novela o película. Porque ellos tienen el poder de convertir un lugar real en un espacio esencial, mítico.

George Bellows, Shore House

Mi nueva novela tiene como tema la casa y su simbolismo. Está construida alrededor de ese espacio íntimo que habitamos y nos habita, que es retiro, guarida, santuario, escondite donde somos liberados de miradas ajenas. Es nuestro espacio interior, es decir nuestro inconsciente, cimiento invisible de nuestro verdadero ser, lo que da forma al edificio. La disposición, orientación y número de sus puertas, la amplitud de las ventanas, la profundidad del sótano o la altura de los techos, todo ello es parte de nuestra casa. Somos el edificio que hemos construido y estamos hechos de los materiales que hemos usado para erigirlo. Eso lleva tiempo. Por eso decidí que la casa de mi novela tenía que ser un espacio al que se llega después de mucho trabajo. La verdadera casa se conquista, como la tierra prometida, después de un arduo viaje. Cuando finalmente pisamos su umbral, el habitar se convierte en la esencia del ser. Se adquiere consciencia de la eternidad. Nos sabemos efímeros e inmortales a la vez.

Por eso, igual que una novela que se precie no puede ocurrir en cualquier sitio, un personaje que se precie no puede tratar con el mundo como si éste fuera lo real. Tampoco puede ya frecuentar a cualquiera. O preocuparse de cualquier cosa. Eso ya no sirve. La mirada se interioriza y penetra en ese inconsciente infinito, colmado de habitaciones aún desconocidas, corredores inmensos, escalinatas grandiosas, desvanes oscuros, ventanucos imposibles, torreones aislados, abrevaderos infinitos, que diría Borges… En ese edificio, donde todo está ligado a lo esencial, ya solo existe una forma de expresión, la más natural y sencilla para comunicarse con uno mismo: la oración. Esa oración, que comenzó siendo un poema, es ahora un rezo, y cada vez se parece más a una invocación.

Ya está decidido: Mis personajes tienen que estar en el lugar adecuado, habitar un terreno acorde a sus propios espacios interiores. (¿No deberíamos todos habitar ese espacio?) Porque lo que sucede en la novela transcurre en un calendario mítico. Es decir, un periodo de tiempo en el que el tiempo y el espacio comunes se vuelven legendarios. Puede ser algo sencillo como Casa Tomada de Cortazar, o complicado como Cumpleaños o Aura de Carlos Fuentes, pero todo debe ser esencial.

¿Qué es esencial? Todo en realidad. Sabemos de sobra que cuando se llega a cierto estado de atención y consciencia incluso preparar el desayuno se convierte en un ritual, en un acto sagrado cargado de sentido, de belleza, en una necesidad que reconocemos y veneramos.

El vértigo, los giros inesperados, las sorpresas pueden ser útiles para aderezar la trama, pero la meta es que no haya distancia entre lo interno y lo externo. Eso es llegar a casa. Y, una vez allí, el trabajo consiste en ser.

Esto es precisamente lo que me interesa: profundizar en la capacidad de discernimiento que se requiere para ser una vez que se ha conquistado la meta. Porque hace falta perspectiva para “resistir” el presente ganado y no ausentarse de él.

Gaston Bogaert, La Maison Amie

A veces se nos olvida que el trabajo de una vida es crear este presente, esta casa. Años enteros se han requerido para construirlo. Nos hemos librado del mundo, ese conjunto de fuerzas que se opone al Reino de Dios y por eso lo habitamos con energía, aferrándonos a lo que nos rodea. Porque lo que nos rodea es ya sagrado, la manifestación de un logro. Es el resultado de un trabajo arduo y persistente. Ha costado muchas estaciones, no solo llegar aquí, sino saber que estamos aquí. Saberlo es importante. Estar, es saber dónde estás. Es saber que el mundo sigue ahí fuera, pero que ya no es lo que era, porque tampoco nosotros somos los que fuimos.

Para decirlo de forma simple: La mayoría de las veces, el “problema” es no saber sostener la felicidad, porque hasta de la felicidad nos aburrimos. Y la fastidiamos. Salimos y entramos, estamos inquietos, no sabemos permanecer. Pero permanecer es verdadero el logro. Es aprender a ser eterno. Lo otro es movimiento. Y como bien decía Hemingway nunca hay que confundir el movimiento con la acción.

Probablemente todo camino verdadero tiene solo una meta: Llegar a casa. Tanto la acción y el movimiento requeridos son previos al éxito de la misión. Y necesarios. Pero una vez que se llega, se llega para estar, para ser en la casa. Hay que aprender a habitar el sueño realizado. Saber que hemos llegado y no ser víctimas de nuestra propia inercia, de ese movimiento y esa acción que ya no hacen sino sacarnos de la casa y por tanto impedir que disfrutemos, que seamos conscientes de lo logrado.

Gustave Caillebotte, Villas at Villers sur Mer

Comencé hablando de mis personajes, que podría parecer son algo externo, pero el rumbo del discurrir se ha ido modificando, ha tomado el sendero que mejor convenía a lo que verdaderamente quería decir y ha terminado regresando al punto de donde salió. No es extraño, porque yo soy mis personajes. Aquí tampoco hay distancia. Y es que no se puede escribir sobre lo que no nos importa, ser lo que ya no somos. Solo el deseo de lo que queremos ser tiene fuerza suficiente para hacer avanzar una vida, para conducirla por los altos y bajos que la orografía mundana dibuja sin permitir que nos desviemos del camino. El final del camino es siempre la casa propia, es decir, nuestro Castillo Interior.

Schloss Wart

La construcción de ese castillo, o esa choza o ese chalé, o ese apartamento, conlleva, como escribe Wolf, determinarse a vivir para la inmortalidad y ser imperturbable ante lo transitorio. Y no importa demasiado que habitemos los confines de un estrecho círculo, porque si ese círculo es nuestra casa, es que hemos llegado a la meta y ya no hay ningún lugar en la tierra más importante ni más sagrado que ese. Cuando estamos ahí, desde ese mismo momento, podemos decir como Claudel: “Cerrando los ojos ya nada me es externo, yo soy lo externo.”

Una oración para todos los ucranianos que han sido expulsados de sus casas. Nada hay más terrible, más monstruoso, ni más imperdonable que destruir el hogar ajeno. Y una maldición para esa aberración caduca, para ese enfermo mental que debería pudrirse en un psiquiátrico en el infierno, su verdadera casa, a la que pertenece y a la que sin duda será condenado. Hagamos de nuestra maldición una sentencia de muerte. Maldecir el mal es colaborar consciente y activamente al restablecimiento del Orden Divino. No podemos permitirnos dejar de odiar el mal. Nos va en ello la paz, la vida, la casa, el país y todo lo que amamos y con tanto esfuerzo el mundo libre, nuestro mundo, ha logrado construir. Nuestra casa.

Adolph Von Menzel, Church Interior

*Si alguien está interesado en leer la novela recomiendo la traducción inglesa o la versión original en alemán porque la española es terrible. No tiene fuerza, ni poesía. (La traducción de arriba es mía.)

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