¿QUÉ HA SIDO DEL PARAÍSO?

Paraiso abandonado

He recibido mensajes pidiéndome que proponga otra frase de Kafka para pensar. Mi intención era, es, intercalar frases de distintos autores, pero ya que Kafka ha despertado tanto interés no veo porqué no continuar con otra de sus máximas o reflexiones. Para los que habéis aterrizado en esta página de El Castillo Interior solo evocar que éste es un espacio para pensar lejos del mundanal ruido, donde pensar pensamientos extraños, donde incluir observaciones que no caben en ningún medio moderno, lleno de prisa y acuciado por la rotundidad que reclaman los hechos externos. Son reflexiones sobre reflexiones. Aquí la idea es pensar en “otras cosas”, alejarnos de lo cotidiano. Esto es lo que a mi me sugiere esta nueva frase, pero a ti puede sugerirte algo muy distinto.

“Nos han creado para vivir en el Paraíso. El Paraíso estaba determinado a servirnos. Pero nuestro destino ha sido transformado. Todavía no se dijo que éste haya sido también el destino del Paraíso.”

Franz Kafka.

Reflexiones sobre el pecado, el dolor,
la esperanza y el verdadero camino. 1917-19

¡Fuimos creados para vivir en el Paraíso! Hasta leer esta frase no se me había ocurrido nunca que cuando Dios creó al hombre creó también un espacio para él. Si nuestros primeros padres y su descendencia, es decir nosotros mismos, fuimos creados para vivir en el Paraíso y por “algo” que hicieron (el pecado original se dice) fueron, y fuimos, expulsados de él, ¿Qué ha sido del Paraíso? ¿Sigue existiendo en algún “lugar” y ahora está vacío, desatendido?

Si Dios erigió ese espacio perfecto para la criatura que con tanto celo creó, debió de hacerlo pensando que íbamos a habitarlo para siempre, que ese sería nuestro hogar. Pero sabiendo lo que ahora sabemos no podemos más que sorprendernos de lo infructuoso de semejante esfuerzo. Da vértigo pensar en el momento en que Dios, que decidió que su criatura no merecía menos que un lugar de perfección donde no existían el dolor, la vejez, ni la muerte, se dio cuenta de que iba a quedar desierto.

Cuesta hacerse una idea del estado del Paraíso hoy. Si fue creado para el hombre, quiere decir poseía elementos materiales, es decir, era un lugar con espacio y tiempo, adaptado a sus sentidos. Sabemos que tenía árboles y animales, luego tenía tierra, agua, cielo… Un lugar terrenal sin las gravas materiales que el pecado original impuso después. Un lugar, como su nombre indica, paradisiaco, hecho única y exclusivamente para que los seres recién creados vivieran en estado de plenitud. Pero poco después de comenzar a ser habitado esos seres son expulsados, el lugar queda vacío y no volvemos a saber de él. A partir de ese momento La Biblia nos narra el “viaje” de Adán y Eva y su descendencia y lo que les ocurre en el mundo que conocemos. No se dice que Dios lo haya destruido. Ni se vuelve a mencionar. Se desvanece completamente. Como si una vez clausurado, el Paraíso desapareciera al mismo tiempo que la posibilidad del Paraíso. Tampoco leemos que Adán o Eva se quejen y digan: Anda que con lo bien que estábamos allí y mira ahora que tengo hijos con dolor, tú tienes que salir a cazar, no solo no somos los dueños y señores de los animales, sino que tenemos resguardarnos y protegernos de ellos porque nos pueden matar, etc., etc… Quiero decir que entre las ventajas de su recién adquirida consciencia debía encontrarse la capacidad de comparar la forma de vida que llevaban en el Paraíso, que obviamente no se limitaría a estar tumbados debajo de un cocotero todo el día sino a un grado X de consciencia o visión o trascendencia que hiciera a ese lugar merecedor del nombre Paraíso por parte del mismo Dios. Porque no es serio pensar que para su criatura Dios designara como paradisiaco un lugar en el que el hecho de estar tumbado a la bartola fuera toda la gracia. Aparte de inmortalidad, salud perpetua, juventud eterna, de vivir en un estado de inmanencia con lo divino, debía de haber más miga, más “comodidades”, “ventajas” y “beneficios” de los que sospechamos. Es broma.

El caso es que ese lugar, ese concepto, fue creado expresamente para esos seres y al poco tiempo quedó completamente vacío.

Al pensar cómo podría ser ahora el Paraíso, surge en mí la imagen de uno de esos enormes parques de atracciones que, no se sabe tampoco por qué razón, han quedado abandonados, comidos por la maleza, oxidados. Hay algo siniestro en esa imagen y creo que la razón por la que su aspecto fantasmagórico nos afecta más profundamente que cuando vemos cualquier otra construcción abandonada, es porque, el parque de atracciones, como el Paraíso, fue creado para la expansión, la alegría, la exuberancia, para hacernos olvidar lo cotidiano y ofrecernos un espacio protegido, creado única y exclusivamente para nuestro deleite y felicidad.

Me pregunto si el aspecto del Paraíso será hoy como uno de esos parques. ¿Estará aún la serpiente enroscada en el árbol? ¿Seguirá Dios, ahora que sabe que no volveremos, haciendo el mantenimiento necesario para que no se convierta en un lugar “dejado de la mano de Dios?”

Me pregunto si Dios se preguntará si alguien volverá a ser digno de habitar ese espacio o si lo considera definitivamente clausurado. Quizá de su monumental y otrora majestuosa puerta cuelga ahora un oxidado letrero que advierte: “No Entrar. Los infractores serán perseguidos.” Esto me lleva a pensar: ¡Como si existiera la posibilidad de poder llegar hasta esas puertas! Solo eso sería algo milagroso y digno de mención. ¿Y los infractores serán perseguidos dónde? ¿De vuelta al mundo? Porque si alguien busca y es capaz de encontrar la entrada ¿no significa que esa persona es merecedora de ser el nuevo habitante del Paraíso? Y si eso llega a ocurrir ¿Lo tendrá Dios preparado, a punto, igual de reluciente que el primer día?

Suena más poético, aunque ontológicamente menos justo, que alguien lo encuentre que que alguien lo busque. Porque ¿cómo y cuánto tiene que perderse uno para toparse con la puerta del Paraíso? Digo perderse porque a veces, cuando vamos en coche por carreteras desconocidas, nos topamos sin quererlo con lugares semejantes. Nadie va buscando parques de atracciones abandonados y sin embargo a veces te encuentras con ellos.

Así es como ocurre: Sin darnos cuenta nos salimos del camino trazado, nos liamos con el mapa y la línea que creíamos estar siguiendo se convierte en cualquier línea. Tomamos entonces ese giro “equivocado” y después de un tiempo conduciendo un trecho sin señales, sin más posibilidad que la de seguir hacia delante nos encontramos en una rotonda sin salida y frente a una puerta herrumbrosa. Paramos. Y con el cuello imposiblemente doblado al principio, sin salir del coche, observamos el lugar clausurado desde el asiento, sin atrevernos a salir.

Algunos tienen suficiente con esa visión. Pero otros, algo más aventureros, osarán bajar del coche, acercarse a la puerta de enormes barrotes oxidados y mirar hacia dentro, hacia esa inmensidad descuidada que se despliega somnolienta ante sus ojos atónitos.

Nuestra mirada se perderá entonces en la imagen nostálgica y espeluznante de montañas rusas detenidas por la hiedra, puestos de peluches amontonados y ennegrecidos por la podredumbre, casetas de tiro con caballos congelados en su trote, (una carrera que durará siempre), kioscos de palomitas y algodón dulce, ahora resecos y apolillados donde las arañas son las únicas que tejen sus madejas mortales. Miraremos hacia lo alto y veremos caras de payasos, ya carcomidas, más terroríficas que de costumbre, sonriendo desde las crestas de un circo de techo vencido. En sus remates, ahora encorvados, unos banderines ajados se esfuerzan por despertar con su aleteo un júbilo que jamás volverá. Y entonces te preguntas: ¿Estará igual el Paraíso? ¿Lo encontraremos también al final de una carretera secundaria olvidada?

Cuando tomas el camino de regreso a la civilización por esa senda enterrada y llena de musgo te preguntas cuánto tiempo tardó en olvidarse esta carretera. Porque las cosas no se olvidan de la noche a la mañana. La maleza tarda años en hinchar el asfalto. Ha tenido que pasar mucho tiempo, un tiempo considerable, hasta que esta carretera dejó de ser “usada”, hasta que por un acuerdo quizá tácito, quizá involuntario, todos dejamos de “equivocarnos” y torcer precisamente ahí.

El caso es que ya nadie sabe qué sucedió, pero pasamos de largo ante la herrumbrosa señal porque simplemente no la vemos. No vemos que detrás de la maleza está escrito: Al Paraíso. Quizá pensamos que es solo una señal más, cubierta de musgo y verdor y que si nadie se ha molestado en mantenerla a la vista es porque no debe de llevar a ningún sitio… Quizá creemos que solo lo que está iluminado con letras de neón y señalizado con colores chillones es “algún sitio”. Quizá es ahí donde giran todos.

Lo que sí es seguro, es que si no fuera por Kafka quizá no nos habríamos acordado de que ese fue el lugar para el que fuimos creados, que ese debía ser nuestro hogar. Imposible saber cómo habría sido todo.

Sea como fuere aquí no se está tan mal. Dios, que debe ser bastante listo y ha demostrado ser muy clemente con nuestra estupidez, ya debía tener un plan-B y creó este otro Paraíso del que no nos ha echado, porque también debía saber que nosotros mismos nos encargaríamos de destruirlo siguiendo la proclama, (ni mucho menos nueva, si damos crédito a la Biblia), de que somos mayorcitos y no necesitamos a ningún Dios que nos eche de ningún sitio, que sabemos echarnos nosotros solos… ¿Acabaremos por echarnos a nosotros mismos de este Paraíso también?

Quién sabe.

La cuestión principal sigue abierta: ¿Qué ha sido del Paraíso?

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