Los cuervos afirman que un solo cuervo podría destruir los cielos.
Indudablemente, así es, pero el hecho no prueba nada contra los cielos,
porque los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de cuervos.Franz Kafka,
Consideraciones acerca del pecado, el sufrimiento,
la esperanza y el verdadero camino.
Vivir atendiendo exclusivamente a lo externo tiene sus consecuencias y hoy hay una fe incuestionable en que la realidad está “ahí fuera”, en que todo lo importante ocurre más allá de nosotros. Solo se habla y se atiende a lo externo. Lo cierto es que últimamente lo externo demanda nuestra atención con una contundencia que es difícil de ignorar: Pandemias, terremotos, inundaciones, volcanes, social media, violencia… La “realidad” se ha dramatizado, ha adquirido proporciones cinematográficas. Lo que antes parecía reservado para una tarde de cine ahora forma parte de lo cotidiano. Esta tendencia no es nueva por supuesto. El mundo es mundo desde que es mundo y siempre han ocurrido cosas y siempre se han comentado. La diferencia quizá es que antes la gente pasaba más tiempo discutiendo seriamente cuestiones que hoy se creen superadas, obsoletas o completamente inútiles de debatir. Recuerdo que mi familia y sus amigos y después yo con los míos, pasábamos horas hablando de si Dios existía, de ovnis, de fantasmas entrevistos, del significado de sueños extraños, de si era posible la reencarnación, de coincidencias curiosas que nos fascinaban…
Solo puedo hablar de lo que conozco, pero puedo confirmar que, excepto por un reducidísimo círculo, tanto en las conversaciones de la comunidad internacional que habita Londres como en las reuniones autóctonas, es decir en la misma España, el misterio ha desaparecido y ya casi nadie dedica tiempo ni esfuerzo ni acaloramiento a defender ciertas ideas. Las opiniones sobre lo no inmediato, lo que no es “trending”, lo no mundano se podría decir, han desaparecido. No existe un interés por lo invisible y por tanto nadie se preocupa de poseer una base formativa o de construir un pensamiento que permita crearse una opinión, que siempre será personal desde luego, pero que sin duda estará documentada y vendrá avalada por la exploración interior, imprescindible para embarcarse en una discusión seria. Entablar una conversación acerca de si el Espíritu Santo es un atributo divino o es parte de la divinidad, o plantearse qué ha sido del Paraíso es tachado de arcaico, incluso absurdo.
Por eso creo que, ante tanta inmediatez, ante tanto hecho incuestionable, ante tanta noticia de última hora cargada de acontecimientos que son lo que son y que por su contundencia nos arrastran hacia ese exterior que parece inevitable, sería balsámico construir un espacio que nos alejara del “vasto e inabarcable” territorio de los “hechos” y nos acogiera en el no menos inmenso, pero sí más meditativo y flexible espacio del pensamiento. Es decir, me propongo abandonar esa llanura en llamas en la que no hay donde refugiarse y crear un castillo interior, que diría Santa Teresa, donde ser, donde poder ser lo que nos gustaría ser sin la “intervención” del mundo. El proceso consiste en pasar de un estado de urgencia dramática a otro de relajada interioridad. Un estado en el que hay tiempo para pensar, no en lo que pasa, si no en lo que debería o podría pasar. Un estado en el que nosotros somos los creadores de lo que nos conmueve. Un estado en el que somos conductores de realidades tanto imposibles como factibles. Un estado en el que dejarse llevar por la imaginación, por la posibilidad, por la elucubración.
¿Pero para llegar dónde exactamente? Preguntará ese individuo moderno acostumbrado tanto a los hechos como a las opiniones arbitrarias sobre esos hechos. La respuesta es que este espacio no está “regido” por la dirección forzosa que conduce a la casilla de salida, sino por el encanto de habitar un plano desconocido y misterioso en el que la diversión y el interés residen precisamente en moverse a tientas, explorando lo que aún no es, manejando lo que solo nosotros podemos hacer real. Real en el sentido de todo aquello que afecta nuestras emociones, nuestro intelecto, nuestros deseos, nuestra dirección en la vida.
Esta es la propuesta de pensamiento: Leer una frase y detenerse a pensar en ella, elucubrar, dejarse llevar por lo que sugiere, ver dónde nos lleva nuestra imaginación, es decir, viajar interiormente.
Y he pensado comenzar con esta frase de Kafka. Kafka, aparte de escribir novelas kafkianas pensaba. Pensaba mucho sobre temas muy variados y elaboraba frases de una riqueza y profundidad difíciles de captar a simple vista. Leyendo sus aforismos surgen siempre preguntas insólitas, preguntas sobre cuestiones que hemos pasado por alto o que quizá nunca nos hemos planteado. Ésta me emociona especialmente porque lo que dice tiene una importancia transformadora. La vuelvo a copiar:
“Los cuervos afirman que un solo cuervo podría destruir los cielos. Indudablemente, así es, pero el hecho no prueba nada contra los cielos, porque los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de cuervos”
Lo que escribo a continuación son las ideas que han surgido al leerla. No es una interpretación de lo que Kafka quiso decir. Probablemente nunca sabremos qué quiso decir. Y a cualquier otra persona puede sugerirle algo distinto.
Lo que me llama primero la atención, aparte del contenido, es cómo está construida esta sentencia.
1-El cuervo simboliza aquí algo oscuro, negro, malvado, ya que destruir los cielos, sea en sentido real o simbólico es un acto terrible.
2-El cuervo es tratado aquí como una entidad con consciencia. Se afirma que pueden hacer algo sobrenatural, algo que afectaría al genero humano de forma catastrófica. 3-Este cuervo representa todo aquello que puede destruir nuestro cielo y el afirmar que uno solo de ellos podría hacerlo significa que una sola idea oscura, negra, un pensamiento mortal (los pensamientos negros surcan y oscurecen nuestra mente como los cuervos surcan y oscurecen el cielo), puede destruir la felicidad, la alegría, el goce, todo aquello que representa el cielo.
4-Añadir la palabra “indudablemente” a algo tan a primera vista poético o quimérico transforma su categoría, es decir, tenemos la impresión de que se nos comunica una información privilegiada. Nos hace pensar: ¡Ah, o sea que alguien sabe que esto es así sin ninguna duda! Pero al mismo tiempo sigue tratando al cuervo como algo simbólico y para esto no hace falta explicación porque todos sabemos, como decía, que el poder de una oscura creencia o de un juicio condenatorio sostenido contra nosotros mismos puede destruir el cielo y a nosotros.
5- Luego añade: “pero el hecho no prueba nada contra los cielos”. Afirmar que ese acto (la destrucción) puede efectivamente ser llevada a cabo para seguidamente certificar que no prueba nada contra los cielos, nos posiciona. Es aquí cuando recibimos la información realmente valiosa porque según Kafka, la destrucción del cielo no puede ocurrir ya que no se corresponde con la naturaleza y esencia misma de los cielos. Lo expresa con una terminología científica o criminológica para darle solidez, porque por lo general consideramos tanto a la ciencia como a la ley inapelables.
La “realidad” es que nunca un cuervo ha destruido los cielos que sepamos y sin embargo dice: “este hecho”. Y lo dice porque está de nuevo en el terreno psicológico. (Cuando habla incluye distintos niveles de significación.) Y todos sabemos que a nivel anímico o emocional “este hecho” ocurre y vuelve a ocurrir cada vez que un pensamiento negro destruye la fe, o la alegría, o la posibilidad de cualquier cosa sana, grande y positiva. “Este hecho” es por tanto un hecho que todos conocemos, no simplemente un hecho poético.
7-Lo que se nos revela al final es majestuoso. Digo revela porque el fin último de la frase pretende ser una epifanía. Se nos informa de algo importantísimo que desconocemos: Que el verdadero cielo no puede ser destruido. Esta última frase es lo que convierte el aforismo en algo sublime. Dice: “porque los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de cuervos”. Al decir “significan” lo mantiene en el terreno simbólico, pero también existencial. ¿Qué es el cielo para nosotros? La respuesta que demos es lo que el cielo es para nosotros. Nada más. Y nada menos. Con esa afirmación se nos revela el verdadero poder del concepto cielo. No el figurado, ni el que vemos sobre nuestras cabezas, si no el cielo que habita en nuestro ser más profundo, ese que reúne y recoge todo lo que ansiamos, deseamos, amamos y veneramos. Ese cielo está exento de cuervos. En ese cielo es imposible la idea de negrura. Su destrucción es irrealizable. Es un estado de ser que, al vivirse, al incorporarlo, se convierte en espacio y tiempo, es decir se hace parte de lo que somos. Es el estado de fe, de gracia, de plenitud en sentido máximo. Si es cielo, es imposible que tenga cuervos, si tiene cuervos, es que no es un verdadero cielo. La realidad cuervo y la realidad cielo quedan definitivamente separadas.
Saber esto, conocer y reconocer el verdadero significado del cielo, tiene la fuerza de una epifanía. Activa un poder existencial que es real, implanta una creencia brillante. Este pensamiento no es inocuo ni estéril, porque el ejercicio de aceptarlo como una realidad afecta y modifica efectivamente nuestra visión. Y para creer no necesitamos más que nuestro interior. Por supuesto no es fácil eliminar de nuestro sistema de creencias todo lo que no sea Dios/Cielo. Pero usando el infravalorado poder de la autosugestión podemos hacerlo posible.
Ya, dirán algunos ¿y luego qué, seguir viviendo? ¿Viviendo sin cuervos? ¿Sabemos? ¿Podemos? Yo digo, sí. Hay que aprender a vivir así. Vivir es una lucha constante para proteger nuestras creencias, para impedir que el mundo y sus “hechos/cuervos” destruyan nuestra idea de cielo. Es cierto que siempre tendremos que vérnoslas con los que ven el mundo de otra forma, con los que buscan cuervos. Porque los buscadores de cuervos, de conflicto, están por todas partes. Ellos creen que el cuervo es necesario para vivir, que es parte de la vida. Creen que tener razón significa algo. No entienden que vivir sin conflicto no es aburrido, no entienden que si verdaderamente estamos en el presente no es necesario el conflicto, que ahí solo tienen cabida la creación y el estar. Pero los buscadores de cuervos sacan más partido de la realidad que de la ficción.
Lo feo de la realidad es que se construye casi siempre sin un plan, sin un orden, que surge de la interacción de los diferentes universos que cada cual habita. La ficción siempre está construida con un plan, con un fin en mente. El universo es una ficción porque en él se observa un orden subyacente que impregna todo, tanto lo visible como lo invisible. La ciencia y las leyes de la naturaleza nos demuestran que así es. Es una teleología. Tiene un fin, un sentido. Como toda verdadera ficción es el resultado de un acto sagrado, premeditado, estudiado cuidadosamente. Dios creó/imaginó un cielo sin cuervos, el Paraíso y el hombre, incapaz de vivir esa ficción, ansioso de drama, de crear su propia “realidad” lo llenó de cuervos. Esto invita a que nos preguntemos: ¿Es mejor vivir en una ficción sagrada y ajena o en una realidad propia plagada de cuervos? Que cada uno elija.
Para mí, la esplendorosa creencia que Kafka propone es, como ya he dicho, una revelación. Concebir, aceptar, descubrir que los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de cuervos me llena de entusiasmo. Me digo, ¡Pues claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Es un descubrimiento que comienza como un jeroglífico lingüístico y se convierte en un poder existencial. Yo SÉ que el verdadero cielo no significa otra cosa que la imposibilidad de cuervos. Y asimilar esta creencia tiene un efecto vivificante. El proceso consciente e intencionado de atender y darle cabida es transformador. No es un hecho, no es “trending”, no existe fuera, en el mundo. Es un pensamiento, una posibilidad, un deseo, algo que dejamos, o no, crecer en nosotros. Es, como decía al principio, un espacio que se nos abre para que nosotros decidamos. No se nos impone como hacen los hechos. Somos nosotros quienes escogemos hacerlo realidad o no.
Que cada uno continúe elaborando o elucubrando con esta maravillosa idea el tiempo que quiera. El tiempo que dedicamos a la posibilidad se lo quitamos a la realidad y sus hechos. Y durante ese tiempo somos los dueños de nuestra realidad. Después hay que regresar a La Realidad, es cierto. Pero al hacerlo llevamos con nosotros el peso de una creencia escogida. Y además hemos aprendido cosas. Por ejemplo, sabemos que hay buscadores de cuervos, o que existe un “espacio” en el que no existen cuervos, en el que simplemente es imposible que existan. Y solo por eso, porque las ideas que sostenemos nos hacen crecer o nos menguan, estamos más cerca de ese Cielo.
La sensación que produce creer en la imposibilidad de cuervos es difícil de explicar. Pero la clave es que cuando la Realidad, que casi siempre es benévola y hermosa, nos presiona y se impone, si desviamos la atención a la idea de Cielo, a su posibilidad, algo sucede dentro de nosotros. Sentimos un alivio. Es como encontrar un Santuario donde resguardarnos de esa Realidad. Y al hacerlo ya no es La Realidad, sino una realidad, algo más pequeño y por supuesto menos único y grandioso que esa idea que sostenemos en nuestro interior.
Y el pensamiento final que me queda es: Qué alegría que haya gente como Kafka, que piensa y que no se queda en lo superficial, en lo inmediato, en lo obvio, en el cliché, en la noticia, en lo que se lleva. Que haya alguien que de entre todas las ideas que se pueden escoger para ocupar nuestra mente haya escogido pensamientos tan sublimes, tan ricos, tan productivos. Pensamientos que nos obligan a usarnos, a cuestionarnos, a embebernos en el infinito.
Mañana habrá más que pensar.